Friday, September 22, 2006



No sienten más las piedras que los hombres.
La desconfianza se dice sin disculpas.
Ya no se quiere acercar la suerte.
El miedo posee a las personas y te reflejan.
Sólo la confusión no quiere soltarte el brazo.

Es un pedazo humano, cualquiera, amputado y en transparentación.
Eres un híbrido de la desesperación.
Nada vale para acercarse.
Todos se van.

Pasa lo lento, pero rápido.
Tiende a doblar la vuelta, tiende a desaparecer el que estaba por venir.
Se desordenan las líneas que dibujaban las siluetas sin vida.

La vida ya no es…
mas que apariciones dañinas.

Uno tampoco es.

Estás en el centro del garabato y sin grito probable.
Eres un hilo que se extiende y no se deja desenvolver sin enredarse.
Te romperán con esta desovillación.
Querrás arrancarte de la rueca experta.

Tampoco gira la vida.
Desordena y tira.
Tensa tu estar hasta arrancarte el pedazo que eres.

¿Cuánto tardarán las palabras en repetirse?
Nada.
Igual nada dejará de desaparecer.

Y, ¿para qué se extenderá si el hilo no deja huella?
Y sigues tu rastro pero nada dejarás.
El camino siempre sin vuelta.
Es el silencio de andar.
Quieto.
Pero parece que girara.
Sólo para desperdiciar.
No espera que vuelvas la cara.
Destroza sin devolver la intención.

Aunque te arrojes a creer, no te haces querer.
El enredo es el punto que eres.

Ni el enredo es.
No deja rastro.
Sólo el duelo.
Los días traspasan.

Pasan sólo las nubes que ocultan los cerros.
Y el rojo, magenta, naranja, violeta.
Los únicos recuerdos buenos te vienen de lo enajenado.
Los cerros también se mueven sólo en su color.
Los colores poseen a esas cosas que felices no te pueden hacer infeliz.


Lento permaneces.
Pero nada te contiene ni acepta que estés.
Persistes en permanecer en tu paso lento.
Y tus manos asen las agujas sin comprensión.

Todo lo que puedan sentir los garabatos sólo puede hacerte daño.
La calma no llega.
Ni en los colores ni en los segundos, fuera de colores.
¿Dónde pondrás tu mirada?

No se puede mirar con calma.

Pero tampoco se quiere la ceguera.
La ceguera es lo que menos se ve.
Te concentras en descolgar lo que la sombra duele.
Descolocas la sombra que trata de olvidar.

Caminar es siempre imposibilidad.

Nada acepta conducir.
Nada accede desdoler.
In-tenso.
Vuelo de cóndor.

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Tuesday, September 05, 2006

14 (o Yo)




Noche sucesiva. Y así. Ahora el 13 se baja el pantalón. Uno de sus labios es jorobado y brilla. Las luces son iguales a las luces, aunque se apaga el sol. El foco se enciende cuando el 13 sacude el pito y, con los pantalones en las rodillas, corre al lavamanos para lavarse el frío. El agua es frío. Se lava el frío como sólo debe lavarse: con frío. Aun en la oscuridad puedo verte, heladera fluorescente. Me esperas con tus colmillos de cigüeña. El turno del 13 va ha pasar.

La luz se extiende en otra de sus formas. No intento más que arrinconar el paso de los días. Aun te veo, comezón en la barbilla. El tiempo se divide en polvos. Los súbditos de tu reloj de arena succionan a la chancha. Has revolcado 13 polvos hoy. La ceguera no me posee. Perversa. Te extiendes como un mantel en la mesa.

Lames el labio brillante. El labio babea por sí mismo. El frío está en nosotros en la misma proporción que el agua. Besas su frío, pero no logras tragarlo. No se disipan los fríos en tu abrazo. Tú mascas con todo el cuerpo, pero se te escapa algo. Imperfecta. El frío del baboso se mezcla con tus aguas. Y yo soy la que recibe luego, de tus labios, el frío cuajado hecho grasa.

Me estrello en tu cara; apenas puede decirse que te beso. Recibes con tu frente el golpe de mi frente y te parto la nariz, para lamerte las dos mejillas al mismo tiempo. Me esfuerzo por estrellarme infinitas veces en una vez. Me recibes en mi descenso de bólido impedido. Tu lengua recorre la esfera, que es el bólido que soy yo. No te detienes en los orificios: no quieres recoger de mí otras frialdades. Sabes que vengo a maldecirte y revientas en células muertas que caen de tu cuerpo cada vez.

Todos son números. Qué gusto le habrás encontrado a la matemática del pobre. Pero no cuentas las proporciones. Puedes abalanzarte al mamut como a la ardilla. Yo entiendo tu lógica de orégano. Todos son sinónimos. Todas las sopas huelen a orégano. El traqueteo de tu cama sigue el ritmo de la lavadora centrifugando.

Me miras con tus ojos de ceguera popular. No los miras. La protesta cabalga con la cabeza gacha. Nuestra mirada cambia la disposición del mundo y las cosas se ordenan en un modo no hesiódico. Recuerdo a las cóncavas inversas. Vas a pensar. La babosa quiere salir de su concha. El baboso se vuelve a lavar.

Mientras salga:

Me intimida tu boca-bofe. Eres una gallina que pone huevos de cemento. Nada me une más al empedrado que tus estremecimientos. Te ocupas de sembrar piedras. La clara es más fría que mis dedos tocándote. Y te toco con la clara. Has recibido a 13 hombres esta noche. Les has tapiado con diferentes técnicas. Te harán creer que eres buena haciendo eso. ¿Quién plantearía reclamo? Si tuviera pito lo mismo querría sacarte el frío. No te tocaría, jarrón. Engendras piedras. Ponedora de pelotas inservibles.

— De todos modos nadie sabe usar las pelotas –dices.
— Al menos no los hombres –te digo.
— Al menos no aquí.
Cada parte del uno se complace en espantar tus defectos. Inflamable. Yo misma me conformo con tu florero de pescadería. Triángulo inverso como continente apuntando hacia el sur. Tu pubis deseado y deletreado. La pirámide invertida de tu purgatorio dantesco apunta a mi rostro, que mira entre tus piernas. Calumnio el acto de la náusea a manera de sintaxis carnal y de amor entre comillas. No puede verse de otra forma. Con los ojos apuntando hacia arriba, sólo puede encontrarse el pubis que apuntando hacia abajo ve a mis ojos con el ápice desnudo. Flor que abriga su devastación.

Hasta qué hora triturarás. La morcilla se ha quedado compleja. Me enferma que corazones las astillas. Ni aún así quisiera una verga. Sólo si fuera un caballo te bastaría. Cadáver. Vas a insolar la luz hasta que se mienta. No confíes tanto en la cera. Las velas a veces no prenden.

Has calavereado y moqueas. Persistes en tu follar cuántico. El tiempo para mí ya no segrega. Debía hacerse un canto para que la luz fantasme la tela. Parece que nada llega. El movimiento se inmola en tu cadera de taza de baño. Y después, ¿qué pasa? Puede volver a suceder.

Pero, te compadeces de mi saliva anal. Miras a la ventana como si ahí yo estuviera. Reconoces el silbido de tu tripa homosexual. Apoltronas los silencios que me esperan. Llego al grito aunque no. El vacío te adhiere a su escama. Te lleva en su burbuja ácida. Debes arrastrarte en la oscuridad de tu alma. Pones cara verde. Exorcista. Recorres el pasillo hacia mí de rodillas.

¿Vas a contarme? Revientan los canutos de mis venas. Respiro. ¿Vas a contar? Silencia tu cuenca. No crece mi panfleto hermafrodita.

Las palabras soportan la sordera. Yo no. Escucho mi nombre en tu palabra. Lacera. ¿Qué puedes decir? Nada te impide. Otros abandonos ocupan mi recurrir. Pero vendrás. No se aceptan las consolaciones. Mi celulosis te espera en el arranque. Aunque el corazón colorado nada sienta.
Alteras la noche con tu paso de viento calcáreo. El insomnio abotona ojeras sin desánimo. El tiempo es una gota de baba que no termina de lanzarse al abismo. Me detienen mis ojos. El movimiento interno. Me agota dormir por terminar de soñar un tubérculo prohibido. El movimiento externo. Despierto sólo por carcomer la nostalgia de un sueño fresco. No me veo en un rostro. Mi cuerpo animal.
— Hay que alimentar al animal.
Te acercas. Un latido agrio me atora. Soy de papel viejo y mi garganta, caucho. Después de contar tu historia, no siento nada. Me amarga el limón. Lengua de salame y vergüenza. Tiembla mi papel y se arruga. Algo debajo también. Si sangras el mal de vidrio, mañana será un buen día. Nada se deja enredar con belleza. ¿Para qué?
Me cuentas. Entonces:
Eres el transformer que trepa en la pared como una araña. Que brilla como porcelana. Que tiene el aspecto de una silla del patio. Que está pintada de blanco. Que te ha costado una caída. Eres, entonces, el cuadro de la niña fugitiva al atardecer. Que va entre árboles de ramas secas. Que tiene como patas de araña. Que se paran a decir adiós. Eso, y el bacín que usaba. Que tenía una mariposa roja. Que miraba azul. Y el entrecejo de mi padre. Inexistente como una verja. Eso, y la maldad.


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