Saturday, January 14, 2006

dolor no yaciente


El pápado izquierdo sostiene un abultamiento en el vértice. Se han sangrado solos los granos del cerro, se han sanado los hielos en calor, pero la tristeza oculta ha sido descubierta en violación. El sueño de anoche ha predicho una herida no cicatrizada por el tacto.
He palpado llagas y desnudez propia, inconu... desconocida a pesar de la cercanía a mi por toda la vida. Me han dolido las tetas, los muslos, la espalda, me han dolido como a vieja, como a madre, como a fantasma, como a muerto irreconocible, como a mártir de los perros, como a silencio destruido. Me he arrodillado para marcar un número que no había necesitado recordar hace mucho, y me he sentido caíble, rompible, violable. Me he sentado en la silla y he llorado hasta que el abultamiento en el vértice del ojo izquierdo me ha mirado con rabia de dolor. He vomitado todo el camino de pura rabia; cuando he llegado me he sentido más a salvo, pero no total. Falta que pase para estar a salvo, falta correr y cargar ochenta libros, falta dormir siete o nueve horas con la espalda partida para escapar, falta que se me devuelvan las muletas, los placeres, las satisfacciones, los placeres, los placeres. Me gusta que me besen en la espalda, me gusta que la toquen con las yemas de los dedos. Siento rico, me siento bien. Cuando acarician mi cuello estirado, tensionado como una cuerda que se desanuda, que decide vivir. Me gusta que me besen la boca, el vientre. Me gusta que me besen el vientre.
Ése me besó los pies y se ganó ser sólo recuerdo. No es poco, pero es casi nada cuando llega el peligro prohibido. Después sonrío y el peligro se va, porque el recuerdo había resultado ser potente, y las distancias temporales son efímeras. Falta que pasen ellas y llegue y suceda.

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